Con motivo de una intervención en Aragón Televisión he preparado estas notas sobre cómo el uso de redes sociales pueden impactar en nuestro estado anímico
Efectos claros de la redes sociales sobre el estado de ánimo de los/as usuarios/as
Necesidad de aprobación. Lo pone a prueba, juega con ello.
Medir esta en base a likes, número de seguidores, etc. Vigilar especialmente al sector más joven de la sociedad. Si es complicado para personas adultas, imaginemos por un momento cómo puede serlo para una personalidad que todavía se está formando.
Efecto de comparación. Idéntico al anterior y ligado al mismo. Lo maximiza. Se produce en casi todas las redes. Ejemplos que todos conocemos:
- Facebook, donde predomina el factor social-ocio-familiar: esta determinada persona tiene más y mejores planes que los míos.
- Instagram. Peso de la imagen estética: el aspecto de esta determinada persona es mejor que el mío.
- Linkedin o Twitter. En al ámbito laboral: determinada profesional tiene más éxito que yo porque cuando abro la app me aparece que le han dado un premio o que ha cambiado a un trabajo fantástico.
Amplificación de algunos estados. Pesimismo, odio, euforia, etc. Esto puede condicionar la evolución del mercado, el resultados de unas elecciones, etc. Por lo que podemos entender que los potenciales intereses detrás de esto son muy fuertes.
El riesgo para la ciudadanía es real: hay numerosos estudios científicos y psicológicos publicados en los últimos años que indican que el uso no controlado de redes sociales pueden derivar en problemas serios de ansiedad, depresión e infelicidad.
Tecnología de la persuasión, algoritmos, contenido promocional, volumen de contenidos
Detrás de todo ello hay algunos factores que son sencillos de entender:
- Las redes sociales son empresas privadas con determinados objetivos económicos. Al ser de uso gratuito o casi en lo económico, una de las claves de su modelo de negocio es que el usuario pase cuánto más tiempo mejor en la plataforma. Detrás de eso está la llamada “tecnología de la persuasión”. Y precisamente uno de los factores que aumenta el riesgo de consecuencias negativas emocionales es el tiempo de uso de las redes.
- Lo que cada red social te muestra cuando abres la aplicación o cuando haces una búsqueda puede condicionar tu estado de ánimo. Y eso -a través del algoritmo- puede estar supeditado a tu interés -como mencionábamos- económico-comercial, pero llegado el caso también puede darse que haya otros intereses.
- Además del algoritmo, en las redes sociales encontramos mucho contenido promocional que juega con el estado emocional de los usuarios. Hay desde enfoques comerciales de corte tradicional dónde una marca busca crear una necesidad en el usuario que desemboque en la compra de un producto. Hasta partidos políticos que dirigen un mensaje de impacto al público precisamente contrario a su ideología, buscando con ello una reacción lo más visceral posible y que esa visceralidad haga que se hable más de ellos.
- Ninguna de estas dos prácticas son nuevas, ni exclusivas en redes sociales, pero es necesario que el usuario sepa identificarlas, porque las redes sociales son canales con mucho más volumen de contenido del que estábamos acostumbrado y eso reduce nuestra capacidad para identificarlas.
¿Qué podemos hacer?
Lo que podemos hacer como ciudadanía es, partiendo de la base que acabamos de comentar, tomar las riendas. Si para ti usar una red social tiene un beneficio, un efecto positivo en concreto que quieres preservar, simplemente toma medidas para minimizar los efectos negativos. Algunas de ellas pueden ser:
1) Nivel estratégico: desde la Administración Pública y desde la Sociedad Civil: trabajar y presionar para que los algoritmos de estas empresas privadas sean más transparentes y éticos cada vez. De la misma manera que cada vez más exigimos que la moda responda cada vez más a unos criterios éticos en sus procesos, aquí podemos exigir a las redes, por ejemplo, el algoritmo responda cada vez a criterios más claros y éticos.
2) Nivel técnico – usuario: conocer los mecanismos para no dejar todo en manos del algoritmo. Por ejemplo, elegir bien qué cuentas o contactos vamos a seguir, hacer un filtro para que solo nos aparezcan publicaciones de esos determinados perfiles, en vez de lo que decida el algortimo. Hay varias opciones. Matiz: eso no quiere decir, que sigamos solo a las cuentas de nuestra misma línea ideológica, social, estética. Pero en cualquier caso es preferible que lo decida la persona y no el algoritmo.
Otro punto clave es controlar el tiempo de uso de las redes. Hemos visto que algunos de los efectos más negativos de salud mental están directamente relacionados con un tiempo excesivo de las redes. Limitar este tiempo es clave.
3) Nivel emocional: disponer de las herramientas propias de gestión emocional que nos permitan tener siempre muy claro para qué estoy utilizando la red social que estoy utilizando -mi propósito- e identificar cuándo un contenido me provoca determinado estado de ánimo. Si usamos las redes desde esas dos claves, propósito e identificación, es más sencillo eso que decíamos antes: amplificar los efectos positivos y minimizar los negativos.
Ideas finales
Podemos ocupar un papel proactivo: ¿Cuando yo publico contenido en una red social lo hago de una forma alineada a lo que estoy buscando o me dejo llevar por los “juegos” de esa red social? ¿Tiene esto algún efecto en los demás?
El uso de las redes sociales no tiene un coste económico, pero sí tiene un coste emocional si las usamos sin definir unas líneas. Cada uno las suyas. Pero para llegar ahí, a esa definición, es necesario que la ciudadanía tenga las herramientas, el conocimiento necesario.
Imagen cabecera: Prateek Katyal en Unsplash.com
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